Agradecimientos e Introducción
Este viaje y experiencia no hubieran sido posibles sin el apoyo de Peter Hobbs, una de las personas con mayor espíritu de aventura que haya conocido. El acompañamiento y ayuda de mi esposa Viviana Tapasco fue incomparable. A la gente de las comunidades indígenas de Monochoa, Amename, Caño Negro en los departamentos del Amazonas y Caquetá, sin su permiso y acompañamiento no hubiéramos podido llegar a ningún lado, y a Iván Macías quien nos ayudó enormemente en esta parte de viaje y el resto de la aventura.
Recuerdo la primera vez que supe sobre la existencia de este colibrí, y no fue de la forma más científicamente posible para un pajarero. Era el año 2015 y en ese corre corre de las redes sociales, fui invitado a hacer parte de un nuevo grupo de chat en Messenger de Facebook que se venía estrenando hacía poquitos días para pajareros y guías de aviturismo. A mi ingreso al grupo el primer mensaje que ví decía así:
Para mis adentros pensaba que era el pájaro imposible, ya que justo después del mensaje con énfasis en la palabra “NINGUNO”, que en el mundo pajarero ya significa bastante, venían varios solicitando armar la expedición para ver el susodicho colibrí pero las respuestas fueron peor que el “ninguno” anterior, hablaban de millones de pesos en inversión, días de viaje, peligros muy posibles, y de un parque nacional natural cerrado a cualquier tipo de actividad que no fuera la científica, que dicho de paso, tampoco era la más fácil debido a la lejanía absoluta del hábitat de este peculiar colibrí.
El Chiribiquete y su colibrí
El Parque Nacional Natural Chiribiquete es dificil de invocar, quizás sea la majestuosidad de su inmensidad: más de 4 millones de hectáreas (igual al tamaño de toda Suiza u Holanda), o porque es epicentro de pueblos amazónicos los cuales han prosperado allí por más de 12 mil años (algunos de ellos aún en existencia casi anónima y solo lejanamente detectados por algunas señales), o por su paisaje simplemente sublime de tepuyes que se extienden hasta el horizonte.
Y es que el Chiribiquete es parte del escudo Guyanés, esa región geológica que se remonta al precámbrico y a Pangea, y sus escarpadas mesetas rocosas, de vegetación seca y achaparrada, ha servido de hogar a este colibrí pariente cercano del Esmeralda piquirrojo (Chlorostilbon gibsoni) y que como todos los esmeraldas, es una joya verde-azulada de vuelo rápido que para el pajarero no preparado puede lucir igual al Esmeralda Occidental (Chlorostilbon melanorhynchos) o al mucho más cercano (en distancia por lo menos) Esmeralda de Cola Azul (Chlorostilbon mellisugus).
Los pajareros bien entienden que la belleza no siempre es sinónimo de plumas coloridas o de aspectos estrafalarios, la belleza radica también en la rareza, y como buenos coleccionistas que somos (de experiencias visuales), esa rareza nos atrae y nos seduce, puede tratarse del pájaro con colores más simplones del mundo, pero si esa ave ha sido elusiva a la búsqueda humana y se ha vuelto un “objeto de culto”, entonces esa rareza se nos hace belleza, se nos convierte en un deseo casi profano de encontrar lo que pocos han encontrado, y ya sea por el placer propio que conlleva la búsqueda y encuentro, o por el simple deseo de agrandar nuestra lista de vida, sea por lo que sea, la belleza está ahí, y existe en formas tan diversas que apenas si podemos visualizarlas.
El Esmeralda de Chiribiquete (Chlorostilbon olivaresi) fue descrito hacia mediados de la década de los noventa por el reconocido ornitólogo Gary Stiles, a partir de un especímen colectado en expediciones hechas en la Serranía del Chiribiquete entre diciembre de 1990 y agosto de 1991. Expediciones hechas en el sur del parque en 1993, colectaron otros individuos que fueron plenamente identificados como C. olivaresi. Aparte de estos datos y de las observaciones de unos pocos afortunados científicos e investigadores en remotas áreas del parque, no habían más registros oficiales de la especie y su distribución se conocía únicamente en el área del parque entre los ríos Apaporis al norte y Mesay al sur.
No fue sino hasta el año 2019 que Jacob Socolar, ornitólogo y devoto pajarero, en medio de salidas de campo alrededor del río Caquetá y el río Yarí, bien al sur de Chiribiquete, avistó en una meseta rocosa al sur del río Caquetá un esmeralda, que después de observaciones atentas pudo inferir que se trataba de un individuo del Esmeralda de Chiribiquete, el primer reporte al sur del río Mesay y lo más importante, localizado en una zona medianamente accesible para aquellos que no podemos darnos el lujo de ingresar a un parque nacional tan hermético como lo es Chiribiquete y menos aún, alcanzar las remotas localidades donde se había registrado previamente el colibrí.
Y si bien, no era precisamente la zona más accesible de Colombia, si se trataba de la oportunidad de ver uno de los colibríes más raros del mundo en un hábitat completamente pristino pero al mismo tiempo seriamente amenazado por el infame avance de la deforestación que desde el occidente se avalanza sobre la cuenca amazónica, hogar de decenas de pueblos ancestrales, bosques hasta el horizonte, y de centenares de formas de vida sivestres e indómitas.
La expedición
Aún en medio del momento más álgido de la pandemia por COVID-19, se dieron pocas, pero valiosas oportunidades para estar de regreso a la acción, y en este caso la oportunidad vino en forma del cumplimiento de un deseo postergado por varios años, el anhelo de un amigo inglés que deseaba estar y vivir la experiencia de estar en la selva amazónica, pero no la de hoteles y lodges, no la de comunidades nativas que solo existen para la puesta en escena frente a un público cautivo. Este viaje debía ser una experiencia auténtica, para observar la naturaleza en su expresión más pura posible y también para compartir con las comunidades que allí habitan desde siglos atrás.
Despúes de mucho buscar, de meses de indagación, dimos con la oportunidad de visitar dos sitios icónicos de los viajes de aventura al Amazonas colombiano: el Alto Apaporis y Araracuara, este último sitio, justo al sur del Chiribiquete era el lugar del registro de Jacob Socolar en el 2019. Es aquí donde nuestro relato toma forma, porque visitar Araracuara era darle vida a la oportunidad de ver este misterioso colibrí y como decían algunos amigos hace tiempo: pertenecer de este modo a un reducido culto de mortales que habían visto el Esmeralda de Chribiquete.
Nuestro punto de partida fue San José del Guaviare, un agradable pueblo amazónico con muchas oportunidades para pajarear y tener un primer acercamiento a la biodiversidad del Amazonas colombiano. Allí pasamos tres días visitando diferentes lugares, conociendo un poco sobre sus culturas y paisajes. Nos acercamos un poco a la historia de los pueblos originarios del Amazonas representadas en centenares de pictogramas que aún persisten en los abrigos rocosos del cerro Nuevo Tolima en la Serranía de La Lindosa, donde representaciones milenarias de fauna, flora y gente observan en silencio el despliegue del Gallito de Roca Guyanés que danza para convencer a las hembras de su especie, de elegirlo como padre de su prole.
En la Laguna Damas del Nare los delfines rosados o Toninas (Inia geoffrensis), nos permitieron bajo la lluvia, verles sin temor alguno, y en los alrededores del pueblo, Arucos (Anhima cornuta) se movían en su parsimonia para luego desplegar sus enormes alas y salir en vuelo a otro sitio de alimentación. Mucho fue lo que vimos en San José del Guaviare, pero nada podría ser más solemne que lo que nos esperaba en Araracuara.
Listados eBird de San José del Guaviare:
- https://ebird.org/checklist/S80163664
- https://ebird.org/checklist/S80316753
- https://ebird.org/checklist/S80316633
- https://ebird.org/checklist/S80316587
- https://ebird.org/checklist/S80314142
- https://ebird.org/checklist/S80335917
Llegar a Araracuara no es imposible ya que Puerto Santander, justo al lado del Cañón del Araracuara, es un pueblo con una actividad económica que permite que varios vuelos a la semana lleguen hasta allá, una base militar resguarda la pista de aterrizaje y a ambos lados del cañón, cuyo raudal o rápidos no permiten navegación alguna, hay puertos de salida hacia diversas comunidades indígenas y mestizas que poblan las riveras del río Caquetá.
El viaje hasta Araracuara fue en pocas palabras, colorido, emocionante y sereno ya que tomamos el medio de transporte más facil: un antiguo Douglas DC-3 de unos 80 años de antiguedad, una aeronave que sirve de transporte de carga y pasajeros y que al mejor estilo de una chiva o bus escalera del aire, transporta junto a la gente, gallinas, perros, una bicicleta, insumos agrícolas y cualquier otra cantidad de víveres solicitados por los habitantes de las profundidades de la selva amazónica y a su regreso se carga con pescado fresco de los ríos que irán a parar a las centrales de abastos de Bogotá principalmente. Volar en DC-3 fue una experiencia única, ya que en su ruta hacia Araracuara, el avión vuela sobre el PNN Chiribiquete, sus tepuyes, sobre sus ríos de aguas negras con sus raudales y sobre todo, deja ver en su plenitud la casi eterna inmensidad de esa selva.
Una vez en Araracuara y con los pies en el tepui convertido en pista de aterrizaje nos encontramos con Jonás y Alci, quienes serían nuestros guías en su territorio y que gracias a sus habilidades pudimos llegar a salvo a nuestros destinos. Con ellos tomamos rumbo hacia el occidente, aguas arriba del raudal, hacia el seno de la comunidad indígena de Améname, tierra de los huitoto y sus tradiciones.
Nuestro primer destino en esta aventura fue seleccionado exclusivamente con el fin de hallar una población adicional del Esmeralda de Chiribiquete y de esta manera aportar un poco más a su conocimiento. Ya se habían encontrados algunos individuos al sur de raudal al otro lado del río Caquetá en el 2019 en la expedición de Socolar y casi simultáneamente, mi amigo José Castaño estaba allí de paso hacia su propia expedición pero en dirección opuesta a la nuestra. De esta manera y con este esfuerzo conjunto, podríamos aportar un poco más a lo poco que se conocía de esta especie y quizás, solo quizás, lograr las primeras fotos en las últimas décadas de inidividuos en su hábitat natural.
Llegar hasta el tepui de la comunidad Indígena de Caño Negro (nombre largo que le puse porque no parece tener un nombre asignado), consistió en varias horas de caminata por bosque de tierra firme y cruzando algunos caños de aguas negras y arenas blancas. Es tan inmensa esta selva que por horas no parece haber nada más que el persistente y estridente llamado del Guardabosques gritón (Lipaugus vociferans) o el del Saltarín enano (Tyranneutes stolzmanni) y por largos instantes, la selva se queda en silencio como si solo los árboles estuvieran allí. Sin embargo y a pesar de la soledad que embarga por largos periodos esta jungla, pudimos sumarle tres especies nuevas al departamento del Caquetá en eBird.
Una vez pudimos llegar a la base del tepui y establecer nuestro campamento, tuvimos que esperar hasta el día siguiente ya que la lluvia o el tepui, no nos dieron permiso de ingresar esa misma tarde. En ese momento lo ignorábamos, pero nuestro campamento fue establecido a pocos metros de un lek activo de Gallito de roca guyanés (Rupicola rupicola), lo sabríamos un par de día después.
El Esmeralda de Chiribiquete
Contrario a nuestras expectativas, el ascenso al tepui no fue difícil, unos doscientros metros de ascenso paulatino a través del bosque y luego por vegetación seca que daba paso a áreas de roca semidesnuda. Una vez logramos llegar a lo parecía corresponder con las descripciones del hábitat del colibrí, nos vimos inmersos en una densa niebla que no dejaba ver más allá de unos pocos metros y una leve llovizna nos cubría, y en ese entonces pensamos en la posibilidad de que las lluvias que nos habían detenido la tarde anterior y que se habían prolongado durante la noche, serían nuestro mayor obstáculo. Era febrero ya y a pesar de que la temporada seca debía haber empezado semanas atrás, la realidad era que aún llovía y no se sabía a ciencia cierta cuándo cambiaría, por lo menos eso pensaba yo, pero Jonás decía “hay cambio de luna y por eso cambia ya el clima” y así fue. Unos pocos minutos después la niebla comenzaba a disiparse y la llovizna se detenía y mientras esto sucedía un pequeño colibrí volaba a toda velocidad sin dejarse ver y esto nos emocionaba.
Pasó una media hora mientras el clima mejoraba y tuvimos que buscar un nuevo paraje para buscar a nuestro colibrí, encontramos una zona de abundantes arbustos con flor y no tuvimos que esperar más de cinco minutos para ver a un pequeño colibrí que se posó frente a nosotros a no más de 10 metros de distancia, pero en su incensante pelea con otros colibríes, apenas si podíamos ver algún detalle. Buscábamos aquel color rojo en la parte inferior del pico que era determinante de esta especie y más aún, buscábamos fotografiar un colibrí que obviamente no cooperaba en absoluto para ello. Después de unos veinte minutos de corretear al colibrí logramos ubicar a un macho adulto que se posó no muy lejos de nosotros y entonces ahí, en ese instante y a través del telescopio pudimos por fin decir “¡es el Esmeralda de Chiribiquete!” fue un momento supremamente emocionante para nosotros pero la foto aún no existía, solo un corto video tembloroso usando el teléfono y el telescopio.
Pasaría una hora más y cuando estábamos ya a punto de regresar porque el sol estaba calentando bastante la roca debajo de nuestros pies, un macho se posó a solo unos 5 metros y durante unos segundos se dejó ver en todo su esplendor: un verde azul iridiscente emanaba de su pecho, era claro el color rojo en la parte inferior de su pico. Luego le siguió lo que parecía un macho inmaduro que escondido entre los arbustos se resguardaba del sol. Al final de varias horas logramos por fin decir “misión cumplida”.
No solo fue emocionante poder ver un colibrí que tan poca gente había podido, el único pájaro endémico de la amazonía colombina, fue también emocionandte lo diferente de su hábitat, los tepuyes son como islas de vegetación seca que crece en roca tan antigua como el planeta mismo, profundas grietas los surcan haciendo muy peligroso el aventurarse a explorar y son inmensos, muy inmensos.
Nuestra expedición a estos rincones remotos del Amazonas apenas empezaba pero uno de nuestros objetivo primordiales estaba cumplido. El Esmeralda del Chiribiquete fue solo el inicio de varios días de aventura por la selva, pero esa ya es otra historia.